martes, 10 de junio de 2014

Teresa


      A Teresa la recuerdo en medio de la plaza de un Madrid cualquiera. Sería verano. En la nebulosa de mi memoria ella aparece iluminada. Apenas nos despedimos, tal vez un gesto leve (y aleve, que diría el poeta) con la mano o una mueca de fastidio.

Ella se quedó quieta, y yo me alejé, impelido por una fuerza que nunca logré llegar a entender, pero que siempre me acompañó; una suerte de resorte que me propulsa a huir, a escapar hacia parte alguna, a tomar trayectorias que no atienden a una lógica precisa.

 Habíamos discutido sobre algo banal, que no lo recuerdo con exactitud, y desde aquel momento nuestras vidas avanzaron con sentidos inversos.

 Yo seguí torturándome a mí mismo, sin ton ni son, y ella- pensaba yo- con su estándar vida de procreación y amor conyugal casi fiel a todo menos a ella misma.

 Lo nuestro sólo fue un punto, casi microscópico, en el transido universo del amor, una supernova en la inmensidad astral de una lejana galaxia.

La había conocido un año antes del momento de la despedida. Fue un encuentro bastante natural: ella tomaba un café sólo, ya contra el alba, en un inefable bar que olía a acre y marihuana, perdido en el confuso y destemplado tiempo de Madrid; en esa hora en todo parece flotar en la inconsciente ingravidez del alcohol. Ella, me dijo que era sencillamente infeliz, o difícilmente feliz o las dos cosas. 

Yo le  di la bienvenida al club de torturados, inseguros, inmaduros, inconstantes, inconsecuentes, absurdos y demás familia, que de forma nata presidía. Este saludo tan retórico, le hizo mucha gracia, y con su risa descendieron todos los ángeles de los paraísos perdidos, y levantó el vuelo todo lo que podía arrastrarse. Cuando nos quisimos dar cuenta estábamos desnudos sobre una cama y así pasamos el resto del fin de semana.

 Luego todo siguió su rumbo por la angosta vereda de los buscadores de tesoros hundidos, de naufragios nunca hallados, de ese sur de nunca existir, de ese melancólico norte, ese duro oeste y de ese melifluo este. 

Era falsamente morena y tal vez rezase poco.

 No lo sé. Ambos entendíamos mal la eternidad.